martes, 28 de julio de 2009

LAS OVEJAS DE COLOR


Cuentan que sobre las faldas del cerro Quinsachata (1), en inmediaciones al rió Sañumayo, había una cabaña, cuyo dueño era un señor N. Navajo que criaba ovejas de Castilla, resguardandolos en un aprisco de piedras, ademas tenia una vivienda rustica la cual estaba compuesta de tres habitaciones y una chozita que le servia de cocina, a un costado de su vivienda cultivaba una chacrita de papas.

Dicho señor cuidada sus animales con bastante recelo de probables ataques de los depredadores como los zorros o pumas y de los mismos abigeos. 

Dice la tradición que en la parte alta de ese terreno, apareció a flor de tierra una veta de oro, los hombres blancos que residían en Coporaque, que en ese entonces estaba ubicada en la zona conocida como Apacchacco, no ignoraron dicha veta, ya que recorrían palmo a palmo todos los cerros del lugar, así de esta forma inevitablemente tropezaron con la mina que se les ofrecía en bandeja.

Entonces procedieron a reunir obreros indígenas jóvenes y empezaron inmediatamente a trabajar la mina, abriendo socavones por doquier, siguiendo siempre la dirección de la veta que se perdía algunas veces en el interior de la tierra, la cual buscaban nuevamente hasta ubicarla. 

Un día menos pensando, uno de los tantos calambucos que eran preparados para remover montículos de roca en el interior de la mina, al ser detonado, agrietó una de las rocas que servia como sello ante cualquier posible filtración,  y de esta forma también se conservaban secos todos los socavones abiertos de la mina.

En cuanto dicha explosión se produjo, el agua empezó a brotar del cerro en cantidades inimaginables, inundando pronto toda la mina, los obreros que en ese momento aguardaban la explosión de la pólvora para desmontarlo, tuvieron que salir al exterior presurosos, abandonando las herramientas, los explosivos y otros equipos de trabajo, porque el agua iba llenando todos los socavones y en un abrir y cerrar de ojos la mina se inundo.

Formándose así una laguna, el Yana Ccocha justo en la depresión del cerro Quinsachata. 

El dueño de la cabaña resulto beneficiado con el agua de las filtraciones, ya que sus animales se procrearon y multiplicaron repentinamente. 

Un día de aquellos, el pastor llevo las ovejas a las faldas del Yana Ccocha, para que pudieran comer el pasto verde de la riveras, pero éstas, en lugar de disfrutar el forraje de las riveras de la laguna, se dirigieron apresuradas como automatizadas hacia las aguas de la laguna, el pastor entonces quiso impedir tal movimiento; pero fue imposible no pudo detenerlas, así el pobre hombre se puso a llorar por la perdida de su único bien, ya que las ovejas en el acto se hundieron. 

Cuando ya estaba decepcionado implorando a los Apus, a los Auquis, al Machu Quinsachata , suplicando que estos dioses tuvieran a bien devolverle sus ovejas extraviadas (lo que aparentemente era imposible), puesto que era difícil que los animales pudieran salir vivos, después de haberse sumergido y desaparecido por completo en dicha laguna. 

El Machu Quinsachata compadeciéndose de la situación del campesino y atendiendo a sus suplicas, después de algunas horas, procedió a devolver dichos animales.

De un momento a otro, las ovejas empezaron a salir una por una, completamente secas, seguidas por varios borregos machos. ¡Un milagro!, el hombre asombrado por semejante prodigio, levanto los ojos al cielo, con las manos en alto, se limpio bien la legaña de los ojos, para poder ver mejor, pensando que veía visiones, meditando para si sobre la existencia de los cuentos de hadas, los duendes y otros, que sin proponérselo en ese instante, estaba observando uno de tales cuentos materializado . 

La reaparición fue real y curiosa, esas ovejas que de la laguna regresaron, poco a poco empezaron a mutar de color, algunos se tornaron en color rosa, otros en color verde, azul, anaranjado, grana, violeta, etc. ¡una policromía!, así el granjero pensó que ya no se tomaría la molestia de teñir la lana con anilina u otro tinte.

Entusiasmado todavía por tal acontecimiento, después de un buen tiempo, otra vez junto con su rebaño volvió a la laguna, y quería ver que sucedería,  para su sorpresa las ovejas otra vez se internaron en las aguas, con la diferencia que en esta oportunidad, al retornar lo hicieron con lanas mas finas, de colores aun mas vivos, posteriormente las crías de esas ovejas también nacieron con el color de la madre. 

Estas ovejas encantadas ya no necesitaban ser cuidadas de los depredadores, por el contrario estos le tenían miedo.

El prodigio duro hasta el día en que el campesino dueño de la cabaña dejo de existir, porque a partir de esa fecha las borregas fueron perdiendo el color de la lana que lucían,  hasta convertirse en blancas, ya que los hijos de dicho hombre, temerosos de perder las ovejas, evitaban llevarlas a la laguna encantada.

(1) Quinsachata, Cerro tutelar del distrito de Coparaque, Espinar


AUTOR: Miguel David Zapata Alvarez

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